El Wino: sobre el arte de rufar

El niño que sin saber de música acabó tocando el tambor en la Banda del Stmo. Cristo de las Tres Caídas de Triana.
Félix Machuca (abc)
09:15 lunes 26 Dic.
📸 César López Haldón

Aquella noche que salió vestido de su casa de Pelay Correra, maqueao con el uniforme blanco Pureza, camino de casa Cuesta para formar con la banda por vez primera en su historia, empezó a darse cuenta de lo que significaba ser miembro de la Banda de las Tres Caídas. El Wino se apuraba con el paso. Más por la intimidación que le transmitía el cariño de la gente que por prisas. Las prisas siempre han sido para los cobardes y los diteros a la hora de cobrar. Y el Wino no es ninguna de estas dos cosas. El Wino es Triana cien por cien puro de oliva extra virgen de la Esperanza. Y aquella noche, la primera noche para él y para la banda de las Tres Caídas que estrenaba salida, descubrió cómo su barrio quiere a la gente que parió y se hizo fama en su pequeño gran universo.

El Wino no había estudiado música. Había dado mucho por saco, de pequeño, a los más cercanos, aporreando aquellos botes de Colón de la época y, después, tocando el tambor en la calle Betis, cerca del quiosco de sus padres, con dos colegas del barrio: El Chino y el Lili. A la afición le sumó pericia cuando corrió por el barrio la noticia de que la Hermandad de la Esperanza iba a formar una banda. Y el Wino se dijo que allí iban a estar sus santas manos rufando el tambor que su madre le regaló y compró en casa Damas. Estaba naciendo una leyenda en la historia de los mejores pellejos de Sevilla.

Les decía que aquella noche en la que se vistió de bonito, de blanco Pureza para hacer la primera estación con su Nazareno, al Wino lo bendecían con palabras de cariño por la calle. Luego, en Casa Cuesta, formó la banda. Y cuando hubo que marchar hacia la capillita marinera, se les vino encima, a la altura de la casa de Manuel el Mora, una lluvia de un millón de primaveras con gotas de pétalos de rosas, que lo dejó con el recuerdo en su alma para toda la vida. Quince años rufó el Wino acompañando a su paso. Y cada año está inflado de recuerdos, situaciones, anécdotas. Una muy gastronómica la vivió con el Cerro. Llegó sin comer, con telarañas en el estómago, y a la altura de Ramón y Cajal le pidió a una amiga que le llevara un refresco y un bocata de jamón. Con tan mala suerte que cuando le llegó el encargo, el capataz mandó levantar el paso, y el Wino ya había apalancado los palos en el cinturón. Pero el bocata y el refresco no los soltó. Y percusionó el tambor con los dedos. Nadie se dio cuenta de algo que, me juego lo que sea, no sería capaz de hacer hoy ni el malogrado baterista de los Rollings Charlie Watts. Los amigos de la banda se decían entre ellos, mira el Wino, mira el Wino y el Wino iba en la gloria, rufando con los dátiles y jamándose con deleite de cristiano viejo el jamón del bocata.

Sostiene que fue en su boda donde nació la idea de la escolta de los hermanos veteranos de la banda. La escolta sólo sale en la Madrugá acompañando a las benditas imágenes. Van de uniforme y con un sable en la mano. En el Arenal, aprovechando la demora que del corazón le sale a Triana para honrar al Baratillo, el Wino aprovechó para ir a un bar cercano. En el bar se cruzó con un soldado y el muchacho se le cuadró: a sus órdenes mi comandante. Y al Wino casi le da algo. Mandó descanso al soldadito y le explicó lo del uniforme y el sable. Creo que sellaron aquel encuentro con una sentidísima oración a la Cruz del Campo…También en el Arenal, el Wino vivió una de esas situaciones incomprensibles, que rayan entre la leyenda y la narrativa de cuarto milenio, cuando un chiquito de no más de ocho años, con camiseta blanca y ojos claros, iba tras el paso dándole vivas a los costaleros y a su Cristo. Pero el chaval lo hacia dominado por el llanto, un llanto desbordante de congojas y dolores, que acoquinó a los músicos. Los músicos le preguntaban dónde estaba su padre, si algún familiar lo acompañaba. Y el chiquito decía que su padre estaba en el cielo. En la última chicotá del paso, ya en Pureza, Paco Ceballos, el capataz, lo cogió en brazos y le dijo a los de abajo: señores, oído, que esta levantá va por Germán… El Wino recuerda que estaba junto a Carlos Herrera y Luis Baras. Y resulta que, con el paso ya dentro de la Capilla, todo el mundo se interesó por German, dónde está Germán, qué ha pasado con el niño que lloraba tan desconsoladamente cada vez que el paso empezaba a andar… Nadie nunca supo ni de dónde vino German ni dónde fue German. Simplemente desapareció. Como si hubiera bajado del cielo.

Pero en el bar de la plazuela Santa Ana sí saben lo que es una apoteosis. Coincidieron en el bar el jefe de la banda de la Centuria Macarena, Pepe Hidalgo, algo así como el emperador de la percusión, y el Wino. Se tomaron unas cañas y, calentitos y valientes, cogieron varios tenedores y empezaron a palillear sobre el velador. Cuando uno rufaba el otro acompañaba. Y viceversa. Dieron un verdadero mitin del que todavía se habla por el barrio. El Wino se llama José Luis Sánchez Parra, terminó entre lágrimas su última estación y de recuerdo se quedó con la gorra de plato y los zapatos. Los mismos que, muchos años antes, estrenó saliendo de su casa de Pelay Correa, con lágrimas en los ojos de su madre y medio barrio saludándolo como si fuera Julio César entrando en la cava de los Gitanos…

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